Jesús es el señor

Jesús es el señor

Por Juan Sebastián Teruel

Al escribir estas palabras, resuena en mí el texto que escuchábamos estos días en el Evangelio: la confesión de fe de Cesarea de Filipo. Jesús realiza ese particular «sondeo general» a modo de encuesta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»; para, seguidamente, personalizar la pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (cf. Mc 8,27-30). Es decir, vosotros que habéis convivido estrechamente conmigo, que habéis «visto y oído», ¿qué pensáis de mí? Delante de Dios, ¿quién soy yo para vosotros? En cierta medida, la respuesta vital a esta pregunta es la clave de bóveda de nuestra identidad cristiana. Según respondamos vivencialmente a este interrogante, así se sustancia nuestra fe. No vale la respuesta de «manual».

Pedro responderá acertadamente: «Tú eres el Mesías» (Mc 8,29). Muy bien, respuesta acertada amigo Pedro, es la respuesta de una fe habitada. Pero Jesús le va a invitar a ir más allá, a ponerse detrás de él. Lo que parece un punto de llegada, señala el comienzo de un conocimiento del Señor más profundo, con una implicación personal que pondrá de relieve un «antes» y un «después».

En los últimos años se viene insistiendo en la necesidad de dotar a la catequesis de una mayor impronta kerygmática, que sea capaz de ir al corazón de la fe. «En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”» (Francisco, Evangelii Gaudium, 164). Se nos pide ser facilitadores del encuentro con Jesús.

Siempre en camino, tiene una palabra que decir, una Buena Noticia que comunicar…

Para muestra, un botón. Tras el Bautismo, Jesús no espera a la orilla del río para que vengan a él, más bien despliega una gran actividad para salir al encuentro de las personas, para conectar con ellas, especialmente con los más vulnerables: pobres, enfermos, publicanos… Siempre en camino, tiene una palabra que decir, una Buena Noticia que comunicar y cualquier ocasión es buena para presentar el mensaje: lo que ve, lo que oye, lo que le piden, lo que ofrece, todo se convierte en trampolín para hablar del Reino de Dios y mostrarlo, sus acciones «hablan».

Todo empezó con un encuentro, algunas personas entraron en contacto con Jesús de Nazaret y se quedaron con él. Por este encuentro y por lo que se ponía en juego en la vida y la muerte de Cristo, sus vidas cobraron un nuevo sentido. A la catequesis, le toca hoy también favorecer y propiciar este encuentro, que de modo muy especial se produce por el contacto, la escucha y la proclamación de la Palabra de Dios. El encuentro con Jesucristo, la amistad con él se torna en la experiencia fundante y fundamental. La Palabra de Dios es la mejor guía para esta amistad, la catequesis ayudará también en este camino.

De diversos modos, familias, niños, jóvenes, adultos, a través de la catequesis de iniciación continúan pidiendo a la comunidad cristiana hoy, como aquellos griegos a Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Expresan así la sana inquietud que caracteriza el corazón de todo ser humano. El texto de Juan nos dice que Felipe fue a decírselo a Andrés y, ambos, a Jesús. ¡Qué importante es este «llevar y contar» a Jesús! Contarle lo que pasa y lo que nos pasa. Animarnos a ser portavoces de esa gran y buena noticia.

También nosotros queremos verle, que es lo mismo que decir: Jesús, queremos conocerte, queremos ser tus amigos, queremos ser de los tuyos. Concebir como un acto de amor en sí mismo el hecho de anunciar el Evangelio. Eso sí, siendo conscientes de que solo será creíble y digno de fe si ese anuncio se realiza, en fondo y en forma, en la lógica del don y del amor. En el discurso del papa Francisco a los catequistas en el Congreso Internacional sobre la catequesis nos decía: «El corazón del catequista vive siempre de este movimiento de “sístole y diástole”: unión con Jesús y encuentro con el otro. Son las dos cosas: me uno a Jesús y salgo al encuentro con los otros» (27-09-2013). En la lógica del don: recibo y acojo, encuentro y ofrezco.

Solo el que ama puede salvar y podemos vivir en y de esa fe en el Hijo de Dios que «me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Es el amor del que llega hasta el final (la cruz), como los verdaderos amigos que siempre están ahí, a fondo perdido. Por encima de nuestras contradicciones y fragilidades, el único callejón sin salida, la única caída definitiva es no confiar en Él: no dejarse ayudar.

Cristo ha resucitado: ¡Él vive!, puede hacerse presente en nuestras vidas e iluminarlas. Jesús es el eterno viviente: el mal, la negatividad, la violencia, el sufrimiento, el pecado, la muerte, no tienen la última palabra. Con Él podemos mirar hacia adelante porque Él nos ofrece vida y vida en abundancia. Con Él y detrás de Él vamos bien. Doblemos un poco la rodilla de nuestro orgullo y que nuestra lengua y toda nuestra vida proclame: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios padre» (Flp 2,11).