Cuatro poemas a Jesús crucificado en lengua española

Cuatro poemas a Jesús crucificado en lengua española

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Cuatro poemas a Jesús crucificado en lengua española

Por Pedro Fraile

La extensa, rica y profunda poesía en lengua española tiene muchos ejemplos de la contemplación de Jesús crucificado. Por la brevedad del artículo solo presentaré cuatro textos, advirtiendo que no están completos. Son distintos por la época en que fueron escritos, por el modo que siguen (métrica y rima) y, sobre todo, por la poesía. Tienen en común que todos contemplan a Jesús en la cruz.

Comenzamos con un soneto anónimo. Es claro que pertenece al siglo de Oro de la Literatura Española (segunda mitad del siglo XVI, primera mitad del siglo XVII) por estilo, tema y teología. Se ha atribuido con argumentos teológicos a san Juan de Ávila (1499-1569), de quien conservamos una importante obra en prosa; también se ha propuesto, con menor aceptación, la autoría de san Francisco Javier (1506-1552). Nos interesa sobre todo la contemplación de Cristo en la cruz, cómo mueve los sentimientos humanos y religiosos de quien le contempla. Observemos que solo en este poema aparece con claridad el binomio cielo-infierno; esto es, la salvación personal de cada persona como argumento inexcusable e interpelador para todos los que lo leen. De fondo una certeza: el amor a Cristo crucificado es siempre gratuito, nunca puede ser interesado.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido
ni me mueve el Infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor.

Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

- Anónimo del s. XVI

Antonio Machado (1875-1939) no necesita presentación. Poeta de la Generación del 98, del mismo grupo que Azorín y Unamuno. No es un poeta religioso, pero muchos de sus poemas dejan entrever un fondo de experiencia cristiana difícil de comentar. Uno de los textos más conocidos, precisamente por ser la letra de una saeta popular de la Semana Santa, expresa una afirmación chocante; las cursivas son nuestras: «No eres tú mi cantar. No quiero cantar, ni puedo, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar». ¿Qué quiere decir con ese triple «no eres, no quiero, ni puedo»? ¿Quizá Machado prefiera al Jesús del Mar de Galilea, el que anunció el Reino, el que proclamó bienaventuranzas, al Jesús muerto en la cruz en Jerusalén? No lo sabemos.

¡Oh la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

- Antonio Machado

Antonio Machado (1875-1939)

León Felipe (1884-1968), poeta zamorano, republicano, muerto en el exilio de México, tampoco es un poeta «religioso» al uso, si bien muchos de sus poemas dejan entrever su fondo cristiano de infancia. Según cuentan, encima del lecho de su muerte había una cruz sencilla, de madera, y el poema que él mismo había escrito. Los dos ástiles (vertical y horizontal) son, para el poeta, los dos mandamientos; entendemos nosotros que son el amor a Dios y el amor al prójimo.

León Felipe (1884-1968)

Hazme una cruz sencilla carpintero,
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos.
Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el ástil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga
este gesto, este elemento humano
de los dos mandamientos.
Sencilla, sencilla, más sencilla,
hazme una cruz sencilla carpintero.

- León Felipe

«El Descendimiento» por Roger van der Weyden. Imágen del Museo Nacional del Prado (museodelpradro.es).

El cuarto poema es de la poetisa chilena, Gabriela Mistral (1889-1957), premio Nobel de Literatura (1945). Ella contempla a Cristo desde la experiencia del dolor. El dolor propio, físico (carne enferma) y espiritual (manos vacías, soledad, falta de amor). De su poema destacamos el final: primero dice; «solo pido no pedirte nada» (la madurez espiritual se manifiesta en la gratuidad absoluta). Luego añade: «estar aquí…». Sentir la presencia, estar estándose ante la Presencia de Dios, en este caso, la de Cristo crucificado.

Gabriela Mistral (1889-1957)

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

- Gabriela Mistral