50 años de la Biblia Latinoamérica

50 años de la Biblia Latinoamérica

Los occidentales solemos preguntar por la antigüedad de los libros que caen en nuestras manos. Así, cuando leemos la Biblia Latinoamericana, nos hacemos esta doble pregunta: ¿Cuándo y por qué nació esta
obra?

En este caso podemos seguir el ejemplo de la luz y el sol. La luz nos llega, nos ilumina y calienta; sabemos que su origen es el sol, pero desconocemos el momento preciso en que nace. Lo mismo podemos decir de las grandes intuiciones que expresan y dan forma a las necesidades y urgencias de una
sociedad. La intuición surgió bajo la luz del Vaticano II que se enfrentó a la sombra de una realidad concreta y dolorosa: la palabra de Dios debía ser conocida y leída por el pueblo llano, más concretamente, por el pueblo de América Latina. Y esta necesidad empujó hacia una solución: había que emprender la traducción de la Biblia desde el lenguaje popular para quebrar la enorme distancia que la Palabra mantenía con el Pueblo de Dios. Corría el año 1965 y el terreno estaba abonado para recibir el impacto que suponía la Biblia como «palabra de Dios».

El principal impulsor de esta iniciativa fue el padre Bernardo Hurault, que ya contaba con muchos años de experiencia pastoral en Francia, pero era un neófito en la cultura latinoamericana. Entró en contacto con la CEFAL (Cooperación Episcopal de Francia para América Latina) y el año 1966 partió hacia Cuernavaca, México, con su compañero Ramón Ricciardi. Allí pasaron cuatro meses de ambientación y aprendizaje del idioma, para formarse y adaptarse a la nueva realidad. Más tarde hicieron un amplio recorrido con escalas en Panamá, Colombia, Ecuador y Perú. Y llegaron a Chile en 1967, donde los compañeros religiosos y los laicos sentían la grave carencia de una Biblia que pudieran leer y usar sin necesidad de esperar la explicación del párroco o el sermón del domingo.

De hecho, el padre Hurault vio que lo hermanos «protestantes» ya disponían de una traducción propia, muy aceptada por su lenguaje accesible. Y es que esos fueros años de un considerable crecimiento para algunas confesiones evangélicas de línea pentecostal. 

La lectura popular de la Biblia se fue enriqueciendo en encuentros y breves cursos de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), donde emergían las dudas y se discutían las sugerencias para generar y estructurar un lenguaje sencillo, que realmente entendiera el pueblo. En los grupos de oración, meditación y diálogo se demandaban soluciones para disminuir la desigualdad de oportunidades. Buscaban ayuda, compartían sus necesidades y a veces tomaban iniciativas comunitarias concretas. En la Iglesia de Latinoamérica, la realidad de la pobreza y de la desigualdad social imponía la necesidad de muchos cambios. Estaba viva la Teología de la Liberación, muy presente en las CEB, que veían en la Biblia indicaciones y ejemplos para alcanzar mejores derechos para que todo el mundo pudiera disfrutar de una vida digna. La cuestión es que las noticias que llegaban a Europa sobre América central y del Sur conmovieron la sensibilidad cristiana y se multiplicaron los proyectos de ayuda misionera para evangelizar la zona y atender a los más necesitados en su pobreza. El clero progresista era bastante activo, mientras que las distintas confesiones cristianas y sus variadas ramificaciones tenían un fondo mucho más conformista ante la situación social.

Ahora bien, algunos gobiernos empezaron a desconfiar de esas ansias de igualdad, que suponían unas serie de reivindicaciones… Los regímenes del Cono Sur empezaron a sospechar de los encuentros de las CEB, puesto que los tildaban de peligrosos. ¡El Evangelio abre puertas a la vida y la libertad; de ahí procede el combate a la Teología de la Liberación!… En Chile se había iniciado el camino hacia la dictadura militar de Pinochet (1973-1988), y después vendrá la de Argentina (1976-1983).

La difusión de la Biblia Latinoamericana empezó en Chile. Los padres Hurault y Ricciardi trabajaron durante años en la zona de Concepción, expuestos a la precaria realidad que les rodeaba en aquel momento. En todo lo que fue la preparación de la Biblia, el padre Hurault se rodeó de grandes especialistas: biblistas y pastoralistas de Perú. Sabemos que, en Quito, la Conferencia Episcopal promovió su difusión, razón por la cual enseguida se prepararon las ediciones en quechua y quichua. Los Paulinos (al igual que otros muchos) les ayudaron con la difusión y distribución de la Biblia en toda América del Sur.

La Biblia Latinoamericana nació como una Biblia pastoral y sigue siéndolo, una característica que se puede percibir tanto en el lenguaje como en los comentarios (introducciones y notas de pie de página). No obstante, sí que es cierto que claramente se opta por no entrar en discusiones que ya precisan de un nivel académico superior. Es sobre todo una «Biblia popular», aun a costa de quebrantar en alguna ocasión alguna regla técnica.

En cualquier caso, que sea «popular» no quiere decir que no sea rigurosa o que resulte poco fiable. La Biblia Latinoamericana tiene mucho que aportar, muchos «puntos fuertes», aunque haya elementos que queremos seguir mejorando. La primera tentación es señalar que un punto fuerte sería su gran difusión. También lo es el hecho probado de que ha llegado a las personas más sencillas sin «ofender» las mentes preclaras. También se puede incluir entre sus «fortalezas» su capacidad de hablar de cara a cara a la gente del pueblo, indistintamente de su país y cultura originaria.

Empezó su andadura en Chile, de allí pasó a México, y tiene millones de lectores cristianos en EE. UU. –de hecho, hoy se publica en EE. UU. tanto como en toda América Central y del Sur–. La vivacidad de su lenguaje llega al lector, al que le resulta sencillo adherirse al mensaje trasmitido con el entusiasmo y el carisma que animó la labor del padre Hurault y su grupo.

La Biblia Latinoamérica
La Biblia Latinoamérica cumple 50 años (1972-2022)

Por otra parte no podemos ser ingenuos o considerar que estamos ante una obra definitiva. Al principio es cierto que generó numerosas protestas entre los que denunciaban el peligro del marxismo, del comunismo o de la Teología de la Liberación… en lo que se refería a los comentarios, no tanto por la fidelidad de traducción. Con el tiempo, y con algunas correcciones puntuales, han cesado esas críticas.

Por otro lado, los especialistas advierten de que existen algunas limitaciones de interpretación marcadas por la época, pues los estudios en el campo bíblico siempre generan novedades y habría que abrirse a los descubrimientos de las ciencias bíblicas, vivas y ricas. Esto supone seguir con atención la exégesis, los descubrimientos arqueológicos, los avances en Lingüística… Pero esta evolución no puede desembocar en un mero debate académico, sobre todo si distrae al cristiano creyente de su adhesión a las exigencias básicas de la palabra de Dios.

Estamos ante una Biblia universal. Su mensaje es válido para todo el mundo y algunos comentarios de padre Hurault también. El lenguaje tiene una dirección precisa, del que tanto los intelectuales como los pastoralistas
pueden disfrutar. Las ediciones de esta Biblia sirven para todo el mundo, siempre dentro de sus características. De hecho se sigue difundiendo en muchos países, traducida a distintas lenguas, con el mismo espíritu que impulsó su nacimiento. Y eso es la herencia que no debemos perder.