Una amistad que salva

Por Juan Antonio Aznárez,
Obispo auxiliar de Pamplona y Tudela

Cuando voy a confirmar a una parroquia, normalmente, cito media hora antes a los confirmandos con vistas a tener un breve encuentro con ellos.

Durante el mismo, al hilo de los momentos claves de la celebración, les voy dando pistas que pueden ayudarles a vivirla con mayor conocimiento de causa, fruto y gozo.

A la hora de comentar el sentido de la Renovación de las Promesas Bautismales suelo plantearles esta cuestión: «Cuando yo digo: “creo en Jesús”. ¿Qué estoy diciendo? ¿Qué significa creer?». Y para ayudarles suelo preguntar a alguno de ellos: «A la hora de tomar decisiones muy importantes para tu vida, ¿te fías de lo que te diga un desconocido?». Normalmente, como es lógico, responde que no. «¿Por qué?», le vuelvo a preguntar. «Porque no lo conozco y no sé si es de fiar o no», me responden.

Creer en Jesús es confiar en él. Y es imposible confiar de verdad en Jesús si no tengo una relación personal con él que me ha permitido constatar que es digno de confianza. ¿Pero es posible tener una relación personal con alguien que vivió hace dos mil años? Sí, porque él está Vivo y nos ha dejado los medios para ser iniciados y crecer en su Amistad.

Uno fundamental son los evangelios escuchados y leídos con la mente y el corazón de la Iglesia, asistidos por el mismo Espíritu Santo que los inspiró. El contacto cotidiano con ellos me permite escuchar a Jesús, verle hacer milagros, contemplar cómo acoge a los que muchos desprecian y condenan, cómo cura, cómo perdona… Y dado que dichos evangelios, como el resto de las Escrituras, son palabra de Dios Viva y Eficaz, con la luz, recibo también de ellos la fuerza para poner en práctica lo que Jesús me va enseñando.

El otro gran medio para crecer en la amistad con Jesús es la Eucaristía. Allí lo encontramos todo: la palabra de Dios y el Memorial de la gran obra de Dios en Jesucristo, del Gran Rescate operado por él en nuestro favor mediante su Encarnación, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión al Cielo y envío del Espíritu Santo.

Todo, Palabra y Eucaristía, vivido en la Iglesia, en comunión con los hermanos que peregrinan conmigo y con el resto de los miembros del Cuerpo de Cristo, tanto los que desde la meta nos saludan y animan, como los que desde la antesala del Cielo van siendo preparados para contemplar al Señor cara a cara y reinar con él por siempre.