Dios sale del palacio y entra en todas las casas

Dios sale del palacio y entra en todas las casas

VIVIR LA PALABRA

Dios sale del palacio y entra en todas las casas

 

LA PÉRDIDA DEL TEMPLO-PALACIO

La religiosidad judía otorgaba al Templo una exclusividad en cuanto a la presencia de YHWH en él y, por tanto, lo convertía en espacio obligado del culto. Un culto que «escondía» a YHWH, que moraba en el Templo a modo de rey en su palacio.

No debe extrañarnos que la pérdida por destrucción del Templo supusiese un colapso de su universo religioso. Sin embargo, el exilio, con todo lo que suponía de humillación, obligó a pasar de una religiosidad de identidad nacional a otra con mayor peso familiar, doméstico.

Pero lo que realmente fue relevante es que sin Templo cobró mayor importancia la lectura de la Torah. Podríamos decir que, al no disponer de un templo donde adorar a YHWH, esta adoración se transformó en adoración por medio de la Torah.

EL EXILIO SE «INVENTA» LA SINAGOGA

En el marco socio-religioso hasta ahora esbozado, parece probable que esas circunstancias facilitasen la aparición de la sinagoga, un lugar de reunión de los fieles para escuchar la Escritura y la oración. A modo de pequeñas células, si las comparamos con el Templo, permitían no depender de un solo centro geográfico, sino expandirse llevando la palabra de Dios a todo lugar.

Podemos decir que el fiel judío ya no tenía que desplazarse a un único lugar, algo imposible para el judío en el exilio, sino que allí donde estaba un judío podía estar la presencia de Dios por medio de su Palabra y darle culto.

Se pasaba del protagonismo del sacrificio de animales al de la relación de la propia persona con Dios por medio de la lectura de la Torah y la oración. Y toda esa relación no quedaba tan solo en manos de una casta sacerdotal sino que era mucho más abierta.

LA IGLESIA EMPEZÓ SIENDO DOMÉSTICA

La sinagoga es el precedente necesario, diríamos que providencial, para la aparición con el cristianismo de las Domus ecclesiae, la «Iglesia doméstica».

Los primeros cristianos necesitaron de un espacio para compartir
la Palabra y la Eucaristía. Resulta lógico que si la Última Cena o Pentecostés habían sido vividos y celebrados en un Cenáculo, las primeras comunidades celebrasen en las Domus ecclesiae, en los triclinios (salón- comedor).

Leemos en Romanos 16,3-5: «Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. Ellos arriesgaron su cabeza para salvarme, y no solo yo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad tienen con ellos una deuda de gratitud. Saludad, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa».

Un matrimonio cristiano aporta su casa para que la asamblea de fieles tenga donde escuchar la Palabra y celebrar la Eucaristía. Es en este mismo capítulo de la Carta a los romanos en el que Pablo les va a dar las gracias a muchos de sus colaboradores, entre los que hay un buen número de mujeres comprometidas, ellas, sus familias y sus hogares, con la Iglesia doméstica.

 

Plano de la Domus ecclesiae de Dura Europos

Plano de la Domus ecclesiae de Dura Europos (Siria). Este plano es de Architectura y cristianismo

LOS GRUPOS BÍBLICOS DE LECTURA COMPARTIDA

Las Domus ecclesiae, es decir, las asambleas cristianas en las casas, son el precedente de las parroquias, pero a la vez también de todos los encuentros en los que se comparte la Palabra desde cualquiera de sus posibles dinámicas: formación, lectura compartida, oración, lectio divina…

Los grupos de lectura compartida de la Palabra en parroquias, comunidades, casas… son una buena muestra de sinodalidad: adoran a Dios por medio de su Palabra en Espíritu y Verdad, y a la vez escuchan lo que el Espíritu suscita en los otros miembros del grupo en esa lectura de la Palabra.

Ello, por tanto, supone que Dios, por medio de su Palabra y Espíritu, habla a todo el que se dispone a escucharle y que, en consecuencia, escuchar al hermano que ha escuchado es una muy buena forma de escucha. Todo ello nos lo habríamos perdido si hubiésemos seguido siendo una religión de Templo-palacio con casta-élite sacerdotal. El exilio, una situación dramática, sirvió a Dios y a sus hijos para una conversión del culto.

El fin de dos reinos

El fin de dos reinos

ESTUDIAR LA PALABRA

EL FIN DE LOS DOS REINOS

EL REINO hebreo del norte, heredero de la Casa de José (esto es, de las tribus de Efraín y de Manasés, principalmente), llevaba el sonoro y prestigioso nombre de Israel. En esta época de la historia (siglos IX-VIII a.C.) se identifica Israel con Efraín, o con Samaría. Se habían desgajado de la monarquía davídica muy pronto, tras la muerte de Salomón. Sin embargo, mantuvieron la fe en YHWH, si bien con muchas dificultades, tal como testifican los profetas: Elías, Oseas y Amós. Nunca aceptaron la Casa de David, identificada con Judá; por tanto, sus reyes no forman parte del «hilo de las promesas mesiánicas». Este reino del norte, bullicioso y rico, propenso a aliarse con los fenicios y los sirios, se subleva contra el Imperio asirio y desaparece pronto de la historia. El año 722 a.C. el rey asirio Sargón II arrasa Israel, con su capital, Samaría, y deporta a su población al norte de Mesopotamia. Desaparece del mapa bíblico el «reino histórico de Israel», y con él buena parte de las tribus. Una tragedia aún no superada.

El reino hebreo del sur, Judá, con capital en Jerusalén, con su rey Ezequías, consigue librarse por esta vez de la destrucción asiria. El rey asirio Senaquerib pone sitio a Jerusalén (701 a.C.), si bien no la conquista. A Ezequías le sucede en el trono Manasés, rey proasirio, que gobernó durante 55 años (698-643); es uno de los reyes de Judá peor considerados.

Tras años de impiedad y debilidad, sube al trono de Jerusalén el rey Josías (641-609), que para la historia bíblica es uno de los mejores (si no el mejor) de los reyes de Judá. Josías, aprovechando la debilidad asiria, reconquistó el territorio del norte, sin conseguir restablecer las fronteras de David. Destaca sobre todo por su «reforma religiosa»:

 

  • Purifica el Templo de Jerusalén de imágenes de otros dioses extranjeros.
  • Unifica todo el culto a YHWH en el Templo de Jerusalén.
    Manda destruir otros santuarios dedicados a YHWH (Betel, Silo, Dan).
  • Concentra a los sacerdotes de estos santuarios yahvistas en Jerusalén.
  • La Pascua pasa de ser fiesta familiar, a ser fiesta nacional.

Mapa de los Reinos de Juda e Israel

ELOGIO AL REY JOSÍAS DE JUDÁ

«Antes que él no había surgido ningún rey que se volviese al Señor como él, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, según la doctrina de Moisés. Ni después de él se ha levantado nadie como él»

(2Re 23,25).

Tras este efímero tiempo de prosperidad, fundamental en la evolución del yahvismo como religión unificada en Jerusalén, y con la primera certeza de poseer un documento redactado con carácter normativo (2Re 22,8-9), la muerte en una batalla del rey en Meguido (609), cuando quería cortar el paso al faraón Nekao, ahogó todas las esperanzas (2Re 23,29).

El decadente Imperio asirio cedió el paso al «nuevo Imperio babilónico». Senaquerib, «un día… fue asesinado por sus hijos» (2Re 19,37). Asurbanipal (669-627) fue el último gran rey de Asiria. Un nuevo rey, de origen caldeo, Nabopolasar (626-605) vence a los asirios y funda el nuevo Imperio babilónico. Junto con los medos tomó Assur (614) y Nínive (612).

 

En Judá, después de los años gloriosos de Josías, sube al trono el rey davídico Joaquín (609- 597), teniendo que elegir ser vasallo de Egipto o de Babilonia. Fue un rey despótico, al que se enfrentó el profeta Jeremías. Antes de la «solución final» (la destrucción de Jerusalén y el fin de Judá), Babilonia realizó dos deportaciones de la población de Judá. La primera se sitúa el año 597; en ella va el nuevo rey de Judá, Jeconías, con la familia real. Para muchos estudiosos, en esta primera deportación iba también el profeta Ezequiel. Nabucodonosor deja en Jerusalén como «rey vasallo» a Sedecías (597-586), un rey débil e indeciso, que pide ayuda a Egipto.

CRONOLOGÍA

722 Los asirios destruyen el reino del norte (Israel) y Samaría. Fin de Israel.

622 El rey Josías de Judá inicia una reforma religiosa: centralización en Jerusalén.

605 Nabucodonosor derrota la coalición de Asiria y Egipto en Karkemish (Siria).

597 Primera deportación de castigo: el rey Joaquín y el profeta Ezequiel en Babilonia.

586 Nabucodonosor conquista Jerusalén. El Templo destruido. Fin de la monarquía davídica.

LOS ASIRIOS DEPORTAN A LA POBLACIÓN DE SAMARÍA/ISRAEL

732 Castigo y advertencia (rey asirio Tiglatpileser III).

722 Conquista de Samaría (rey asirio Sargón II).

701 Asedio de Jerusalén (rey asirio Senaquerib).

LOS BABILONIOS DEPORTAN A LA POBLACIÓN DE JERUSALÉN/JUDÁ

597 El rey Jeconías y su corte van al destierro. También el profeta Ezequiel.

587 Conquista de Jerusalén (rey babilonio Nabucodonosor).

582 Castigo de la población (Jer 52,28).

El año 587 los babilonios responden a la rebelión, sitiando Jerusalén. Un año después, el 586, conquistan la ciudad, la arrasan y destruyen el Templo. Sedecías es deportado a Babilonia; él es el último rey de la dinastía davídica. Años más tarde, Nabucodonosor aún manda realizar una tercera deportación de castigo contra Judá, dejando solo una pequeña parte de la población, los más pobres.

Las deportaciones de la población eran una práctica habitual entre los imperios que querían someter a la población conquistada. Pueblos enteros
han desaparecido a lo largo de la historia con esta práctica. En el caso de Israel y Judá se cuentan tres deportaciones respectivamente. La diferencia es que Israel desapareció para siempre de la historia, disuelta en el norte del Tigris y del Éufrates. Judá, por su parte, de forma aún sorprendente e inexplicable, sobrevivió y regresó a Jerusalén, con una fuerza y energía renovadas. El «protojudaísmo», cuya matriz es el yahvismo anterior al exilio, da sus primeros pasos.